... Primero fue como una pequeña nube que bajaba en el mismo sentido de la calle, luego me pareció que era una maceta que caía desde un balcón o alguien estaba evaluando la destreza de su gato para caer en cuatro paras desde el décimo piso. Finalmente se materializó en un peluquín e inmediatamente lo reconocí. Pero no me dio tiempo a correr o esconderme en debajo de una mesa de alguno de los bares que hay por ahí. Pensé en ocultarme en el hall de la Sociedad Española pero no tuve tiempo, porque fue todo tan rápido que en cuestión de segundos, qué digo segundos, de centésimas de segundo, qué digo centésimas, de milésimas de segundo, qué digo milésimas, de micronésimas de segundo, qué digo micronésimas, digo rapidísimo, el peluquín se me adhirió al cráneo y en ese momento se me incrustó velozmente el fantasma de Tato Bores. Al principio me produjo un escalofrío y después un poco de calor en la calva y un poco de ganas de tomarme un J&B.
Inmediatamente, un poco mareado por el golpe que me asestó la peluca, me puse a caminar más rápidamente en dirección a la Plaza Independencia. Antes de llegar me encontré con el Arquitecto Daniel Manso, de la Dirección de Flora y Fauna, que estaba comprando el tercer panchuque de la media mañana...
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