Si algo dejaron en claro las elecciones en Tucumán, es que José Alperovich marcha a la vanguardia, que ha superado con amplitud al Gobierno Nacional. No lo supieron ver. Ni los intelectuales K de Carta Abierta ni los jóvenes de la Cámpora: Ya basta de progresismo K, ahora, Pobrecismo A.
Poco a poco nuestro gobernador y líder dio pequeñas señales que no fueron interpretadas pero al final sucedió. Mientras el Gobierno Nacional se empeñaba en subir los salarios, José los mantuvo tan bajos como pudo hasta llegar hasta convertirse en la provincia de más bajos ingresos del país, pero claro: en igualdad de condiciones. Todos los tucumanos arañan (unos pocos desde arriba y la mayoría desde abajo) la línea de la pobreza. ¿Cuándo se vio un sistema más igualitario?.
Mientras Cristina Fernández de Kirchner abogaba por la desigual industrialización (que sólo genera creación de riqueza de difusa distribución), José se encargó de mantener fuera de la provincia cualquier nueva industria, y en cambio subsidió la llegada de call centers, ejemplo de igualdad en los salarios: todos mínimos. Pero además, les dio a muchos de nuestros comprovincianos un título mucho más adecuado a los nuevos tiempos: telemarketers. Basta de obreros, zapateros, torneros, mecánicos y todo esos títulos que retrotraen a lo menos glamoroso de la historia nacional.
Universalidad versus discrecionalidad
No hace falta una mirada demasiado aguda para comprender que ningún tucumano está preparado para manejar grandes sumas de dinero (salarios similares a los del resto del país). Sólo hace falta revisar las páginas de La Gaceta cada vez que alguien gana Los Números de Oro, se prometen grandes asados para todos los amigos. ¿En qué terminaría la provincia aquí se ganasen salarios como los de Santa Cruz o Buenos Aires? Interminables asados, con consecuentes resacas y después nadie iría a trabajar, y paralización de la provincia. Pero sólo José fue quien se dio cuenta, y por ello se encargó de inundar la provincia (tanto el Estado como los Call Centers) de difusos contratos que aseguran iguales ingresos (aunque siempre muy bajos) para los trabajadores, y evitan las burocráticas indemnizaciones.
La gente no es tonta, es pobre
“La gente no es tonta”, advertía José (La Gaceta, octubre de 2005), para desestimar la posibilidad de la compra de votos a través de bolsones. Esta esclarecedora frase se le pasó a más de un analista y dirigente opositor, quienes no comprendieron lo que venía: un inédito perfeccionamiento del clientelismo en la provincia, nunca antes visto ni en las más demagógicas democracias tercermundistas. Después vinieron las pseudo cooperativas, las remises que trasladaban a los votantes y un modelo de coacción sobre los ciudadanos, a través de un aceitado sistema de amenazas, en el que cualquiera que decidiera pasarse de pícaro, podría perder todo plan, subsidio o ayuda del Estado.
Así, con su férrea política pobrecista que extendió a la gran mayoría de los rincones de la provincia, el líder desterró el flagelo de picardía tucumana (una versión más pobre de la argentina) para siempre de su territorio, con lo que aseguró la obediencia en las urnas de toda la provincia. Estas novedosas políticas, contrapuestas al anacrónico progresismo que intentan implementar en distintos puntos de la Nación y de la América Latina, debieran enorgullecernos como tucumanos. Unos pocos iluminados comprendieron que de aquella frase del mandatario se derivaba una conclusión que anticipaba toda una política de Estado: La gente no es tonta, es pobre.
Apenas un puñado de tucumanos privilegiados, al que pertenece José gracias al esfuerzo de su familia, posee la gran mayoría de la riqueza de la provincia. Esto, que para los progresitas sería agraviante, en Tucumán ha dejado en claro que es la única forma de mantener la paz social, salvo por los médicos guerrilleros. Es que son ellos (los ricos de los countries) los únicos que saben invertir y conservar la riqueza, con soja o cómodos departamentos de un ambiente para que los beneficiarios del pobrecismo tenga un techo con apenas el 40 ó 50 por ciento de sus ingresos mensuales.
Así, de una vez por todas, José ha puesto a Tucumán en la senda. Lejos de las desviaciones de los 50, 60 y 70, donde la provincia pretendía convertirse en polo cultural del país, con evidentes tintes subversivos y excesos de ideas, ya todo vuelve a la normalidad. Las limitaciones horarias, las persecuciones fiscales a todo aquel que pretenda impulsar la creatividad local, de a poco logran frustrar a cualquier inadaptado que pretenda emerger por sobre la media generando las desigualdades, que el Pobrecismo de José ha decidido eliminar de una vez por todas. También de a poco los siempre conflictivos universitarios, se alinean detrás del movimiento, aceptando a rajatabla no sólo las directivas del líder, sino también los fondos que con gran generosidad aporta a la educación una admirable empresa como La Alumbrera, modelo de compañía a la que sólo debiéramos agradecer. Y así, con su incansable trabajo, José Alperovich consigue de a poco que los tucumanos, cumplan con su destino de pobreza intelectual y económica.
(Copyright Revista Ernesta)
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